LA BÚSQUEDA DE LA LUZ EN LA OSCURIDAD

 * Por Elena Aguilar Sneg

Mis ojos cansados reflejan la tristeza y la frustración que me consume día tras día. Siento un peso en el pecho, una opresión que no me deja respirar. La vida parece haberme dado la espalda, y yo me encuentro en medio de un oscuro laberinto sin salida.

Cada mañana me levanto con la esperanza de que algo cambiará, de que una oportunidad se presentará ante mí. Pero los días se convierten en semanas, y las semanas en meses, y sigo estancada en la misma situación desoladora. 

Una vez, un psicólogo quiso dar una voz de alerta a mi familia,

advirtiéndoles que los problemas emocionales no siempre se manifiestan de forma evidente. Les explicó que los sutiles cambios de comportamiento, las expresiones de tristeza y el aislamiento podrían ser indicios de que alguien está pasando por momentos difíciles y necesitaba ayuda desesperadamente.

Pero los años pasaron, y con el tiempo también pasaron ellos, hasta que me quedé sola una vez más.

¿Qué más puedo hacer?  

Me siento impotente, como si estuviera atrapada en un bucle interminable de desilusiones. Mis lágrimas se convierten en compañeras constantes, y mis suspiros son una muestra de rendición ante la dura realidad que me rodea.

En ocasiones, he experimentado sueños en los que todo era diferente. Me encontraba rodeada de risas y sonrisas, llena de alegría y felicidad. Al despertar, esos sueños me hacían creer que era un presagio de que algo cambiaría pronto en mi vida. Sin embargo, con el paso del tiempo, me di cuenta de que esas imágenes eran simplemente proyecciones de mis deseos más profundos.

Ya no sé quién soy realmente.

Las horas se desvanecen como sombras en el horizonte y la oscuridad de la noche me envuelve sin piedad. El futuro parece un abismo sin fondo, y la desesperanza me consume hasta los huesos.

La soledad me acompaña.

No puedo evitar que caigan lágrimas, pero, ¿cómo hago para sostenerlas? No. Ya no puedo.

Me siento exhausta.

Todo a mi alrededor se sume en la oscuridad a un ritmo lento y constante, mientras el frío penetra en lo más profundo de mi ser. El estruendo ensordecedor del mar, que inicialmente me rodeaba, comenzó a desvanecerse, como si cada sonido se diluyera en el abismo sin fin en el que me sumerjo lentamente.

Retengo la respiración, pero sólo es un acto instintivo de autodefensa, ya que, en realidad, anhelo fundirme con las gotas del mar y desaparecer en ellas.

No tengo idea de la distancia que descendí en este abismo misterioso, pero cada vez me alejo más de la luz. Mis pensamientos se desvanecen en la penumbra, y mis emociones se diluyen en la infinitud del océano. Miro hacia arriba y veo que ya estoy lejos de la superficie, tan lejos, como pronto, lejos, estará mi alma.



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