—¿La viste? -preguntó Christopher, girando
el volante para regresar.
—Claro que la vi, tío. ¡Vuelve, vuelve! El
conductor redujo la velocidad mientras se acercaban a la parada, donde
encontraron a una mujer que, al principio, los miró con una mirada desafiante y
una actitud provocadora. Ahí estaba la dosis de adrenalina que buscaban.
Sentada en la banqueta de una parada de autobuses, una joven de
cabello rubio rizado esperaba su transporte. Su apariencia recordaba a una
princesa de Disney, y parecía tener entre veinte y veinticinco años. Al avistar
el automóvil pasar por segunda vez, su expresión cambió repentinamente y se
notó su nerviosismo. No sabía cómo reaccionar, pero cuando el vehículo giró
nuevamente y se acercó a ella, se puso de pie rápidamente, mostrando una mirada
llena de precaución. Sus manos temblaban y su respiración se aceleraba, retrocediendo
con pasos cortos y mirando con temor hacia el automóvil que se aproximaba.
En medio de la noche, solo ellos cuatro se movían en aquella zona
desierta. Sus manos temblorosas aferraban con fuerza su bolso, como si fuera su
único refugio. Todo en su ser evidenciaba la vulnerabilidad y el pánico que
sentía en ese preciso instante.
Con el automóvil aproximándose cada vez
más, ella comprendió que su única esperanza residía en alcanzar un lugar
concurrido, donde hubiera personas alrededor.
Desde el automóvil, los jóvenes la
incitaban con risas y piropos. Sus voces sonaban alegres y desinhibidas, como
si estuvieran conversando con una amiga en lugar de acechar a una mujer. Sin
embargo, esos ruegos duraron apenas unos minutos.
Con determinación, la joven giró sobre sus
talones y se lanzó en una carrera desesperada. Sus pies golpeaban el suelo con
agilidad, impulsándola hacia adelante. Cada paso que daba, sus piernas
temblaban de miedo y esfuerzo, pero no se detenía. Su mirada se fijaba en el
horizonte, buscando un refugio seguro.
El motor del automóvil rugía detrás de
ella, acercándose con rapidez. Las voces de los jóvenes se desvanecían mientras
ella se adentraba en la oscuridad, guiada por la esperanza de encontrar ayuda.
Su corazón latía desbocado en su pecho, impulsándola a seguir adelante.
Cada vez más cerca, podía sentir la
adrenalina bombeando por sus venas. El sonido de sus propios pasos resonaba en
sus oídos, mezclándose con su agitada respiración. No miraba hacia atrás,
enfocada únicamente en su objetivo: escapar de aquellos cazadores nocturnos.
Sus músculos se tensaban con cada zancada,
mientras la distancia entre ella y sus perseguidores se iba ampliando. Un
destello de esperanza brillaba en su mirada, alimentando su valentía. Se negaba
a rendirse, a convertirse en una presa fácil.
La chica giró la cabeza para mirar hacia
atrás, solo para encontrarse con una escena aterradora. Los jóvenes habían
salido del automóvil y se acercaban rápidamente hacia ella. Su rostro reflejaba
el horror y la confusión, mientras su respiración se volvía cada vez más
agitada. Sus ojos se dilataron, sus iris parecían oscurecerse, absorbidos por
una sombra intensa. Sus piernas temblaban con debilidad mientras se esforzaba
por caminar más rápido.
Los tres amigos avanzaban decididos hacia
ella, sin mostrar ni un rastro de compasión en sus rostros.
Las risas de los jóvenes adquirieron un tono cruel, sus palabras
se volvieron obscenas y sus miradas se cargaron de lujuria. Ella podía percibir
el deseo desbocado en sus ojos, y el miedo se transformó en pánico. El tiempo
parecía haberse detenido, atrapándola en una pesadilla interminable.
Impulsada por la adrenalina, sus pies golpeaban el suelo con
determinación, su respiración se volvía cada vez más agitada. Los gritos de los
perseguidores resonaban cerca, pero no podía darse el lujo de mirar hacia
atrás, no podía permitirse perder la ventaja que había ganado.
—¿Por qué no trajiste el auto? ¡Eres un
idiota! - gritó uno de los jóvenes a Christopher.
—¡Ya es tarde para volver a buscarlo!
Tenemos que darle alcance, ¡se nos está escapando! - respondió él.
A pesar de su esfuerzo, ella seguía distanciándose cada vez más,
lo que les llenaba de frustración.
—¡Vamos! ¡No la dejemos escapar! - gritó
uno de ellos, su mirada volviéndose cada vez más feroz.-No te preocupes, la alcanzaremos -
respondió otro, mostrando una sonrisa maliciosa en su rostro.
El cansancio pasaba a un segundo plano; lo
único que importaba era alcanzar a su presa.
La chica se adentró en el callejón, encontrándose
rodeada únicamente de paredes de ladrillo sucio y unos contenedores de basura.
Desesperadamente, buscó a su alrededor en busca de algún lugar donde pudiera
esconderse, pero no encontró ninguna otra
opción. El callejón se extendía
vacío, sin más refugio que aquellos contenedores alineados en el lugar.
Finalmente, se detuvo, con el aliento
entrecortado y el cuerpo empapado en sudor. Era evidente que no podía
continuar.
Los jóvenes se adentraron también en el
callejón, deteniéndose un momento para recobrar el aliento y observar a su
alrededor. La chica no estaba a la vista, por lo que asumieron que se había
escondido. Se dirigieron a los contenedores de basura, maldiciendo y amenazando
con consecuencias terribles si la encontraban.
A pesar de que aún deseaban experimentar
la adrenalina, el agotamiento empezaba a hacer mella en ellos. No obstante, no
estaban dispuestos a dejarla escapar. Decidieron separarse y buscar con una
determinación fría reflejada en sus rostros. De pronto, uno de ellos divisó una
sombra. ¡Era la chica! ¡Habían encontrado a su presa! Con una sonrisa maliciosa
en sus rostros, los jóvenes se aproximaron a ella, conscientes de que
finalmente la habían atrapado.
—¡Vamos, cariño! ¡Solo será un momento! ¡Ven, nena, ven con
nosotros! - dijo uno de los jóvenes con una sonrisa falsa en su rostro,
mientras se aproximaba.
Los demás jóvenes se acercaron también, formando un círculo
alrededor de la chica. Sus rostros reflejaban malicia y deseo. Uno de ellos
extendió la mano hacia ella, con la intención de tocarla, mientras una sonrisa
sádica se dibujaba en sus labios. La chica se encontraba atrapada, paralizada
por el miedo, consciente de que no había escapatoria posible. Sus ojos se
llenaron de lágrimas mientras se preparaba para enfrentar lo inevitable.
La chica sabía que debía encontrar una
manera de escapar. Con una determinación sobrehumana, logró vencer su parálisis
y, mediante rápidos giros y movimientos ágiles, se deslizó por debajo de los
brazos extendidos de sus perseguidores, huyendo por el callejón.
Los jóvenes quedaron sorprendidos por la
velocidad con la que la chica reaccionó. Mientras ella corría desesperadamente,
podía escuchar los gritos y maldiciones que los jóvenes lanzaban detrás de
ella, pero no se detuvo.
En un instante decisivo, doblando a la
derecha, continuó corriendo sin descanso.
Recuperando algo de aire en sus pulmones, los hombres retomaron la
persecución. Jadeando mientras corrían tras ella, estaban decididos a no
dejarla escapar. La distancia entre ellos se acortaba gradualmente. Solo los
cazadores y su presa corrían por las calles desiertas, sin un alma en su
camino.
A pesar de que aún los aventajaba por
varios metros, los jóvenes la vieron detenerse. Un instante de duda la invadió,
permitiendo que los jóvenes se acercaran. La chica cruzó el umbral de un lugar
que parecía ser su única escapatoria.
Cuando aquellos alcanzaron el sitio,
también vacilaron antes de decidir si seguir. La chica había ingresado... ¡a un
cementerio!
—¿Qué hacemos? - preguntó uno de los
jóvenes, con incertidumbre en su voz.
—La perra cree que puede asustarnos, pero
no lo logrará. Debemos ir por ella - respondió otro, con determinación en sus
ojos.
—No lo sé - dijo el primero, dubitativo.
—¿Qué? ¿Es que acaso te asusta? - preguntó
el segundo con incredulidad. - No puedo creer que seas tan tonto. Si nadie
podía ayudarla en las calles, menos lo habrá aquí, ¿no crees? - continuó.
—Eso es verdad - aceptó el primero,
vacilante.
—Entonces, ¿qué esperamos? - los animó
Christopher, con una sonrisa maliciosa en su rostro. - Queríamos que esta noche
fuera genial, y dentro del cementerio nos espera una hermosa zorra. ¡Y vaya que
eligió un lugar! Nunca lo hice en un cementerio. ¿Y tú?... ¿Eh? - insistió,
palmeando el hombro de su amigo.
—No, yo tampoco —respondió el amigo de
Christopher, ruborizándose. ¡Tienes razón! ¡Vamos por ella! —exclamó
animado.
Los tres jóvenes saltaron los grandes portones del cementerio y
se internaron en el campo santo. No llevaban linternas, pero la luna bañaba el
lugar con una claridad tenue.Se separaron para cubrir más terreno, cada uno eligiendo un camino distinto.
Aunque el cementerio no parecía ser muy extenso, la ventaja que la chica les
llevaba, sumada a los minutos que habían perdido en decidirse a entrar,
seguramente le había permitido encontrar un buen lugar donde esconderse.
Un silencio opresivo reinaba en el lugar, solo interrumpido por el
eco incierto de sus pasos sobre la grava y el susurro de las hojas secas. Los
nichos y tumbas se alineaban a ambos lados, como testigos mudos de la
desesperada búsqueda de los jóvenes. Los edificios funerarios se alzaban
majestuosos, con sus columnas y estatuas que parecían observarlos con
desaprobación. El viento soplaba suavemente, moviendo las ramas de los árboles
y creando sombras inquietantes. Los jóvenes se reunieron nuevamente, sintiendo
una creciente inquietud, conscientes de que la chica podría estar oculta en
cualquier rincón. La atmósfera parecía extraída de un cuento de Edgar Allan
Poe, envolviéndolos en una tensión palpable.
Reiniciaron sus falsos halagos, entre
risas y obscenidades recurrentes. Christopher frotaba sus manos, deleitándose
con el placer que le brindaba el recuerdo de la joven. Su cabello rubio, su
figura... sabía que sus compañeros protestarían, pero él era el líder de la
pandilla, y por ende, le correspondía pasar más tiempo con ella. Sus mentes ya
no estaban nubladas por el alcohol; ahora, una avalancha de imágenes y
sensaciones los dominaba. Los rayos de luna iluminaban sus rostros tensos,
reflejando su anhelo y la oscuridad de sus pensamientos. El viento soplaba con
mayor fuerza, arrancando hojas y ramas de los árboles.
Avanzaban con determinación, conscientes
de que su objetivo estaba cada vez más cerca.
—¡Ey, muchachos! —susurró uno de ellos
con voz tensa.
—¿No la han visto aún?
—¡No! —respondió otro con frustración en
su voz.
—¿Crees que habrá salido del cementerio
por otro lugar?
—No me parece - respondió el primero,
frunciendo el ceño. El muro es alto y aparentemente tiene un solo acceso. Tal
vez... -su voz se apagó mientras miraba fijamente a su alrededor, como si
esperara encontrar alguna respuesta en las sombras.
Un ligero ruido hizo que los amigos de Christopher se quedaran en silencio.
Aguzaron sus oídos, alerta ante lo que parecía ser una pisada sobre hojas
secas. El sonido era tenue pero cercano. Miraron a su alrededor y, de repente,
avistaron una sombra deslizándose entre las lápidas.
—¡Es ella! -exclamó uno de los amigos al
ver a la chica escabullirse entre los árboles. Pero ya había sido descubierta.
Ahora estaba rodeada.
—¡Allí! ¡Allí! -gritó otro, señalando un
viejo panteón.
—¿Estás seguro? -preguntó Christopher con
urgencia.
—Absolutamente. La vi entrar allí
-respondió su amigo.
Sin perder ni un segundo, Christopher se
adelantó a los demás.
—¡Vamos! -ordenó con determinación. La
estúpida se ha encerrado sola.
El grupo se precipitó hacia el panteón,
preparados para enfrentar a la chica en su último intento de escape.
Los tres amigos se lanzaron a correr hacia
el panteón, ansiosos por atrapar a su presa.
Christopher penetró en el panteón, su
mirada fría y calculadora escrutando cada rincón en busca de su presa. Sus
amigos se distribuyeron por los costados, mostrando una expresión de expectación
y excitación en sus rostros. La luz lunar se filtraba a través de un ventanal
cercano al techo, bañando la escena con un suave resplandor plateado.
En el interior, pudieron distinguir cinco
ataúdes, indicio de que se encontraban en un panteón familiar. Christopher se
acercó a uno de ellos, una sonrisa maliciosa en su rostro, deleitándose con la
emoción de la caza.
—¡Vamos, cariño! -susurró con una voz
suave y engañosa, acercándose sigilosamente a uno de los ataúdes. Sé una buena
chica. También disfrutarás de esto –añadió.
El ambiente se volvía cada vez más denso y
tenso, impregnado de una oscura expectación.
Al atravesar el espacio entre los ataúdes,
finalmente la vieron. Sentada en el suelo polvoriento, con los brazos envueltos
alrededor de sus piernas y la cabeza oculta entre ellas. A medida que se
acercaban, el sonido de sus sollozos se hizo audible, avivando aún más la
excitación de los jóvenes.
Los ojos de los hombres brillaban con
lujuria, mientras la adrenalina fluía salvajemente por sus venas. Darían unos
pasos más y extenderían sus brazos para capturar a su presa inocente...
...Pero no lo pudieron hacer.
La chica de cabello rubio alzó la cabeza lentamente, revelando un
rostro transformado en una grotesca criatura. Sus ojos brillaban como brasas,
su piel adquirió un tono ceniciento y enfermizo, sus manos
eran garras, y sus
labios se separaron para revelar dos grandes colmillos afilados. Emitió un
sonido gutural que heló la sangre de los jóvenes en sus venas.
El terror se apoderó de ellos, paralizándolos por completo. Intentaron gritar,
pero sus gargantas se cerraron, sin dejar escapar ni un susurro. Intentaron
correr, pero sus piernas parecían ancladas al suelo, incapaces de moverse.
Mientras tanto, sus amigos, en un desesperado intento por escapar, se
dirigieron hacia la salida, solo para ser detenidos por las tapas de los
ataúdes, que se abrieron con un estruendo siniestro.
El aire se volvió gélido y opresivo. Los jóvenes se encontraron
atrapados, conscientes de que no había forma de escapar a su destino inminente.
El sudor frío se deslizó por sus espaldas mientras esperaban el golpe final,
sus miradas clavadas en el ser monstruoso que se aproximaba lentamente hacia
ellos, con una sed de sangre evidente en sus ojos.
De los féretros surgieron cinco figuras sombrías, la mejor manera
de describirlos, que se abalanzaron sobre los jóvenes con una ferocidad
implacable. Los rostros pálidos y los ojos vacíos de los espectros se
iluminaron con una luz maligna mientras se arrojaban sobre sus presas. Entre
alaridos de terror y murmullos inquietantes, los muchachos intentaron escapar,
pero las sombras los rodearon, cerrándose sobre ellos con voracidad
desenfrenada.
La La chica, quien hasta ese momento había
sido la presa deseada, intentó agarrar a Christopher, pero él logró esquivarla
entre los ataúdes y huir. Con el corazón latiendo desbocado y el sudor frío
cubriendo su rostro, Christopher escuchó los gritos desesperados de sus amigos
mientras buscaba refugio detrás de unas tumbas. Pasó horas escondido, sintiendo
cómo cada latido de su corazón lo sumergía aún más en una pesadilla aterradora.
El sudor frío empapaba su piel, su mente estaba paralizada por el pánico y su
cuerpo temblaba sin control.
Cada grito desesperado de sus amigos
resonaba en sus oídos, acelerando aún más su corazón y provocando una sensación
de asfixia en su garganta. El miedo nublaba su pensamiento, su mente estaba
atormentada por la imagen de la chica rubia lanzándose hacia él. Cada ruido o
sombra lo hacía encogerse de miedo, temiendo ser descubierto y atrapado por
esas criaturas malignas. El tiempo parecía detenerse, cada segundo se estiraba
como una eternidad, mientras esperaba el momento en que la chica lo encontrara.
Solo el pensamiento de ser alcanzado por esas criaturas era suficiente para
hacer que sintiera que su alma era arrancada de su cuerpo.
Christopher estaba atrapado en un estado
constante de terror, su mente y cuerpo luchando desesperadamente por sobrevivir
en una realidad que no podía ser posible.
.................
…El sol se asomaba en el horizonte cuando
unos visitantes encontraron a Christopher tendido en el suelo, oculto entre las
lápidas del cementerio. Inmediatamente, la guardia fue alertada y una
ambulancia fue llamada. Los médicos y las autoridades intentaron obtener alguna
explicación de lo sucedido, pero se encontraron con un misterio escalofriante.
El panteón había sido profanado y los cuerpos mutilados de dos jóvenes yacían
en una esquina de la antigua construcción mortuoria.
La investigación reveló que los tres
muchachos habían intentado profanar los ataúdes durante la noche, pero algo
terrible había ocurrido. Por alguna razón desconocida, uno de ellos,
posiblemente bajo la influencia del alcohol, había cometido horribles actos de
violencia contra sus compañeros. Esta teoría fue respaldada por la presencia de
una gran cantidad de sangre de las víctimas en la ropa del sobreviviente. A
pesar de las extensas búsquedas, el arma homicida nunca fue encontrada.
Christopher fue condenado a cadena
perpetua por los asesinatos, pero debido a evaluaciones psicológicas
posteriores, la justicia determinó que sufría de un trastorno mental y fue
enviado a un hospital psiquiátrico. Su estado mental siempre es de temor, su
cuerpo tenso y en constante alerta, preparado para huir o defenderse en
cualquier momento. Sus ojos se mueven constantemente, buscando señales de
peligro en su entorno. Su respiración es rápida y superficial, y su corazón
late con fuerza. Con frecuencia, se aferra a las sábanas de su cama cuando el
sol se pone, temiendo que la oscuridad lo atrape. Las pesadillas perturban su
sueño y a menudo se despierta sudoroso y jadeante, sin poder recordar los
detalles. Los enfermeros intentan tranquilizarlo, asegurándole que no hay nada
que temer, pero él no puede evitar sentirse vulnerable cuando no puede ver lo
que le rodea.
En la sala de terapia, cuando las luces se
apagan, Christopher entra en pánico. Comienza a gritar y golpear las paredes,
convencido de que hay algo o alguien en la oscuridad con él. Los enfermeros
tienen que apagar la luz gradualmente y calmarlo con palabras suaves hasta que
logra encontrar algo de tranquilidad.
En cada evaluación realizada por los
especialistas, llegan a la misma conclusión: Christopher probablemente pasará
el resto de sus días atrapado en ese hospital, condenado a vivir en su propia
pesadilla.
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