IDEAS
Historias Mínimas
* Por Elena Aguilar Sneg
No es fácil ser una idea en la mente de un escritor. Rondé por su cabeza durante mucho tiempo. Él buscaba algo para contar, pero no lograba encontrar qué. Me anuncié, susurré y produje muchas imágenes de mí mismo, aunque no sin dificultad, ya que tenía que luchar diariamente contra cientos de otras imágenes que competían por su atención. Sin embargo, al final logré ganar la batalla y, en un momento maravilloso, me deslicé por su pluma hasta la hoja y cobré vida. Aunque solo fueron unas líneas ese día, no me importó. Era un comienzo, el principio de la mágica historia que prometía contar. Solo era cuestión de tiempo... y de atención.
Él se sentaba
frente a su escritorio casi a diario. Yo temblaba de emoción y pensaba para mis
adentros: "Hoy comenzaré a hablarle de mi felicidad... tengo tanto que
decir al respecto..." Me imaginaba a todos los hombres y mujeres que sentirían
lo mismo que yo al leerme. Sin
embargo, los días pasaron. A veces me tomaba,
leía esas pocas líneas escritas y, cuando suponía que las continuaría, solo me
dejaba junto a su máquina. Tomaba una hoja en blanco y empezaba a escribir, a
veces durante horas, hasta que la pila creció.
Al principio, cuando lo veía acercarse al escritorio, la esperanza renacía: "Hoy es mi día", pensaba.
Pero eso cambió una noche. Aquella pila había crecido mucho y ya no había espacio junto a la máquina. Él me tomó entre sus manos una vez más, pero su rostro no mostraba la sonrisa de la primera vez. Llegó, finalmente, el momento de ponerme un nombre antes de lanzarme a la papelera: simplemente me llamó "Olvido".
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